Solo seis personas han descendido hasta los 120 metros de profundidad.
Del 27 de noviembre al 5 de diciembre, Lozano esperaba batir el récord mundial, hasta los 122 metros, en apnea. Pero durante sus entrenamientos en Egipto tuvo un edema pulmonar que trastocó de manera importante su calendario de entrenamientos y el médico opinó que era de alto riesgo participar. Un descenso a esas profundidades sin estar en las mejores condiciones, fisiológicamente hablando, puede ser un error irreparable y peligroso.
Miguel Lozano posee una capacidad pulmonar próxima a los diez litros (lo normal en un varón es la mitad), que se convierten en doce cuando hiperventila antes de sumergirse y puede pasar nueve minutos sin respirar, inmóvil y relajado.
Miguel ya estuvo allí el 30 de noviembre de 2012, en el Dean´s Blue Hole (las Bahamas), que se hunde en el azul profundo hasta los 202 metros, pero no lo consiguió, apenas le quedaban cinco metros cuando sufrió un desmayo. Los buceadores de su equipo lo cogieron en volandas y lo sacaron a superficie, donde recobró la conciencia de inmediato. Había sufrido un síncope por el cambio de presión.
Aquel 30 de noviembre, Miguel Lozano había pasado 4 minutos y 52 segundos bajo el agua, en la inmersión más larga y una de las tres más profundas realizadas jamás. El actual récord mundial está en 121 metros y lo ostenta el neozelandés William Trubridge.
Los cambios que la falta de oxígeno y la presión producen en el cuerpo son espectaculares. Estar a 120 metros de profundidad supone soportar 13 veces la presión atmosférica que tenemos en la superficie, presión equivalente a 130.000 kilos. Nuestro cuerpo, compuesto en un 80% de agua, se acomoda, pero los órganos que contienen gases sufren fuertes transformaciones.
El esfuerzo solo dura los 30 primeros metros. A partir de ahí su cuerpo cae con flotabilidad negativa, a razón de un metro por segundo. Se reduce el ritmo cardiaco y la sangre va de las articulaciones a los órganos vitales, el cerebro se ralentiza. Después del minuto y 50 segundos, a unos 90 metros de profundidad el tamaño de los pulmones se reducen a menos de la mitad.
Cuando llega a su meta, comienza el ascenso y el peligro.
Ya lleva unos 2 minutos bajo el agua.
Al ascender comienzan las contracciones en el estómago, y después de los cuatro minutos existe el riesgo de desmayo, ya que al ascender los pulmones se expanden presionando las arterias y al corazón. Pero ya queda poco para llegar a superficie y dar esa bocanada de aire que necesita su cuerpo.
Por lo que lo primero será que Miguel se recupere y se encuentre al 100% para poder batir su sueño que son los 121 m en las Bahamas.
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